Consumo, luego existo
El intenso blanco de las lámparas de cristal en perfecto juego con el piso de mármol, mujeres que tocan con delicadeza los objetos del deseo, esos motivos del placer culposo que se esconderán detrás de un, “estaba de oferta”.
Camino como una más en esta multitud de feligresas, me uno al éxtasis del “fin de temporada” y me siento… simplemente poderosa.
Guiada por el instinto dirijo los pasos hacia una de las zonas más iluminadas, ¡ahí está!, la brillante piel, las medidas perfectas, el forro elegante… ¡Necesito que sea mía!
El hemisferio izquierdo hace su tarea calculando cuántos días de mi salario se esfumarán en cuanto el lector de códigos pase por la etiqueta. De un caderazo, el lado derecho de mi cerebro se impone a milésimas de segundo recordándome que “yo lo valgo”.
Con la agilidad de un cowboy que desenfunda el arma de la que depende su vida, saco la cartera, tomo la tarjeta y estiro el brazo con la elegancia acorde a la situación, mi corazón se acelera en espera del sonido aprobatorio… “¿qué zapatos le irán bien?” “necesito un vestido que combine…”
-Señorita, su tarjeta no pasa… ¿tiene otra forma de pago?
Los latidos me retumban en la sien. La mano, antes segura y firme, toma mecánicamente la brillante tarjeta, ahora reducida a un vil plástico sin vida.
Mi hemisferio izquierdo busca a toda velocidad una explicación. ¡Pero si hoy es viernes!, me grita.
-Sííí, ¡pero no es quincena!, rezonga el lado derecho conteniendo un gemido.