Smartphones nuevos «almacenes de los recuerdos».
Tomarse decenas o incluso cientos de selfies, documentar cada detalle de la vida y compartirlo en redes sociales, son actividades cotidianas que millones de personas realizan a diario; sin embargo, vale preguntarse qué tanto este hábito afecta la calidad de los recuerdos y la percepción que tendremos de nosotros mismos con el paso del tiempo.
La experta en memoria y profesora de psicología en la Universidad de Hull, Giuliana Mazzoni, señala que usar los smartphones y las nuevas tecnologías como “almacenes de recuerdos”, sí tiene consecuencias pues la memoria necesita ser ejercitada de manera regular para que su funcionamiento sea correcto.
“Numerosos estudios documentan la importancia de practicar la recuperación de la memoria en, por ejemplo, los estudiantes universitarios, ya que siempre ha sido y será fundamental para el aprendizaje. De hecho, existen evidencias que prueban que confiar casi todo el conocimiento y los recuerdos a la nube podría disminuir la capacidad para recordar información”.
En un artículo publicado en The Conversation, la especialista asegura que si bien no existe evidencia empírica sobre si la documentación fotográfica constante de todo lo que nos pasa puede alterar la forma en que nos vemos a nosotros mismos, sí es posible que demasiadas imágenes nos hagan recordar el pasado de manera fija, bloqueando otros recuerdos.
“No es extraño que las reminiscencias de la niñez más temprana se basen en fotos más que en los sucesos, pero no siempre se trata de verdaderos recuerdos. Otro problema, tal y como ha descubierto la investigación, es la falta de espontaneidad en los selfies y en multitud de fotos”.
Y es que, señala, las selfies son imágenes planeadas con poses que no son naturales, lo que puede provocar que la imagen que se percibe de la persona esté distorsionada. Además, este tipo de instantáneas reflejan una tendencia narcisista que hace que el retrato sea antinatural: grandes sonrisas artificiales, expresiones sensuales y gestos violentos.
Giuliana Mazzoni subraya que los auto-retratos y muchas otras fotos son también demostraciones públicas de actitudes, intenciones y posturas específicas. En otras palabras: no reflejan quiénes somos, sino que dejan ver lo que queremos mostrar a los demás en un determinado momento.
“Si al recordar nuestro pasado dependemos en exceso de las fotos, quizá estemos creando una identidad propia distorsionada basada en la imagen que queremos dar a los demás. Dicho esto, realmente nuestra memoria natural no es tan precisa. Las investigaciones demuestran que, en ocasiones, creamos recuerdos ficticios sobre el pasado”.
Esto es necesario para mantener la identidad que queremos tener a lo largo de nuestra vida, evitando así conflictos narrativos sobre quién somos. Quizá una persona siempre haya sido una persona sensible y amable, pero si ha vivido una experiencia complicada puede que se haya visto a sí mismo como alguien duro. Esto puede conducir al desenterramiento de algún recuerdo o recuerdos en los que demostró agresividad.
En opinión de la especialista, tener múltiples recuerdos en el teléfono de cómo fuimos o estuvimos en cada momento de nuestra vida podría convertir nuestra memoria en una herramienta menos maleable y menos adaptable a los cambios producidos por la vida, haciendo que nuestra identidad resulte más estable y fija.
Esto puede generar problemas si nuestra identidad presente es diferente de la pasada, que creíamos fija. Se trata de una experiencia incómoda, y es exactamente lo que el funcionamiento “normal” del cerebro trata de evitar: es maleable con el fin de que podamos construir una narrativa no contradictoria sobre nosotros mismos.
Queremos pensar que tenemos un “núcleo” inalterable, pero si no nos vemos capaces de cambiar el modo en que nos vemos a medida que pasa el tiempo, nuestro sentido de agencia y nuestra salud mental se pueden ver seriamente afectados.
«Por lo tanto, nuestra obsesión con sacarnos fotos podría estar causándonos tanto pérdidas de memoria como incómodas divergencias identitarias. Resulta interesante pensar cómo la tecnología moldea la manera en que nos comportamos y funcionamos. Siempre que seamos conscientes de los riesgos a los que nos exponemos, probablemente podamos mitigar sus efectos negativos».
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